La red hidrográfica peninsular presenta una clara oposición entre los numerosos ríos, cortos y de fuerte pendiente que des cienden desde los macizos montañosos y las cordilleras periféricas y algunos grandes ríos: el Tajo, el Ebro, el Duero... que drenan la mayor parte de las tierras interiores.
Ríos de la vertiente cantábrica
Son ríos cortos. Salvan un gran desnivel entre su nacimiento y su desembocadura y tienen por ello una gran capacidad erosiva. Además de numerosos, son ríos caudalosos que mantienen un caudal constante gracias a la abundancia y constancia de la lluvia a lo largo de todo el año.
Ríos de la vertiente atlántica
Ríos de la vertiente atlántica
Son ríos largos y de régimen irregular, con un acusado estiaje durante los veranos y una reducción de su caudal en los inviernos por la retención nival y las situaciones de tiempo, dominadas por las altas presiones en la Meseta. Las lluvias de primavera y otoño dan lugar a crecidas.
El Tajo es el más largo de los ríos peninsulares (1.007 Km.). Tiene sus fuentes en el Sistema Ibérico, atraviesa toda la Meseta y desemboca en el amplio estuario del Mar del la Paja. Su cuenca no es muy extensa y la mayor parte de sus afluentes, que descienden del Sistema Central, tienen caudales muy bajos. En la frontera con Portugal el caudal medio del Tajo es de 124 m3 /seg
El Duero (895 Km.) nace en la Sierra de la Demanda y recorre, paralelo al Duero la Meseta Norte. Recibe su caudal de importantes ríos que se originan en la Cordillera Cantábrica (Esla y Pisuerga). Desemboca en Oporto donde su caudal es de 650 m3/seg
El Guadiana (778 Km.) es también paralelo al Tajo. Nace en una región de lluvias escasas y pierde una parte de sus aguas por infiltración. Su caudal aumenta en Extremadura después de atravesar los Montes de Toledo. Su curso bajo toma la dirección norte-sur y no tiene afluentes importantes. Cuando entra en Portugal lleva 79 m3/seg
El Guadalquivir (657 Km.) drena la mayor parte de la Andalucía interior. Su principal afluente, el Genil, le aporta las aguas de Sierra Nevada. En Sevilla el caudal medio del Guadalquivir es de 185 m3/seg.
El Miño (310 Km.) drena, con su afluente el Sil una gran parte de la región gallega. Su caudal medio es de 242 m3/seg.
Ríos de la vertiente mediterránea
Ríos de la vertiente mediterránea
La mayor parte de los ríos de la vertiente mediterránea son cortos porque descienden de montañas próximas a la costa. Es el caso de los ríos de Cataluña (Llobregat) o de Andalucía oriental. En el levante, el Segura (60 m3/seg.) y sobretodo el Júcar (498 Km.) son ríos importantes. Pero el gran río que desemboca en el Mediterráneo es el Ebro.
Presentan importantes estiajes, sobre todo en verano. Siendo cortos, excepto el Ebro, tienen una gran capacidad erosiva especialmente en ocasión de las crecidas que tienen lugar en otoño debido a lluvias torrenciales.
El Ebro (920 Km.) nace cerca de la costa cantábrica pero a diferencia del Tajo y del Duero toma dirección sudeste. Sus afluentes procedentes de los Pirineos son numerosos y abundantes (Aragón, Gállego y Cinca) y el caudal medio del Ebro llega a 614 m3/seg. Cuando llega al Mediterráneo en Tortosa
Cualquiera que sea su longitud, los ríos de la Península Ibérica son muy irregulares y sus caudales medios registran grandes variaciones según las estaciones y según los años. Si no son ríos que nacen en las montañas más elevadas y cuyas aguas se alimentan en primavera, e incluso a comienzos del verano, de la fusión de la nieve, su régimen fluvial se corresponde con la distribución anual de las lluvias. La aridez y la evaporación estivales se traducen en un estiaje muy acusado en verano. El estiaje afecta incluso a los grandes ríos en períodos de aridez excepcionales.
Por el contrario, las abundantes lluvias del otoño y del invierno producen crecidas, sobre todo en los ríos cuyo curso sigue una pendiente muy fuerte sobre terrenos impermeables. Estas crecidas se agravan por la deforestación causa de una intensa erosión de los suelos.
En la zona mediterránea, las intensas lluvias del otoño provocan inundaciones que pueden ser catastróficas (EP, 09.10.10 y 10.10.02)
Generalmente las regiones más áridas son las más amenazadas. Sobre terrenos secos y sin vegetación, las grandes tormentas producen una enorme crecida de las aguas y pequeños arroyos dan lugar a considerables destrucciones en las infraestructuras, en las ciudades y en los campos.
Todos los ríos de la Península Ibérica conocen crecidas espectaculares. En los tramos donde sus cauces discurren encajados las aguas pueden llegar a subir hasta 20 m. (en el Douro portugués) o inundar grandes superficies en las llanuras aluviales.
Todos los ríos de la Península Ibérica conocen crecidas espectaculares. En los tramos donde sus cauces discurren encajados las aguas pueden llegar a subir hasta 20 m. (en el Douro portugués) o inundar grandes superficies en las llanuras aluviales.
Por sus acusados estiajes y por sus grandes crecidas, los ríos peninsulares no son navegables. Sólo algunos tramos permiten la navegación y han sido vías para el tráfico de ciertos productos (aceite y trigo, por el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla o de madera por el Ebro hasta Tortosa)
Este tráfico ha desaparecido, salvo en los estuarios alcanzados por la marea, que es el caso del puerto de Sevilla.
A pesar de su irregularidad los ríos de la Península Ibérica han sido aprovechados para la producción hidroeléctrica y para los regadíos. En un país sin lagos, los embalses, más de quinientos, constituyen en muchos casos grandes superficies de aguas interiores que transforman los paisajes naturales y amplían las tierras de regadío. La energía hidráulica, la mayor parte de la cual se obtiene en los ríos de la mitad norte de la Península, de más caudal y con cursos de fuertes desniveles, creció en España de forma sostenida desde 1940 hasta 1970. Depende mucho de las lluvias de cada año y aunque es una energía renovable y limpia, plantea conflictos con otros usos del agua (riego de las tierras y consumo urbano) y no puede competir con la energía térmica.
Aunque la producción de electricidad ha aumentado en España debido sobretodo a la de origen térmico y nuclear, las centrales hidroeléctricas, lejos por lo general de los grandes centros de consumo, cubren la tercera parte de la demanda.
Las presas han conseguido aumentar las tierras dedicadas a cultivos de regadío de mayor demanda y productividad. Se ha expandido el cultivo de frutas, hortalizas, plantas industriales; y el aumento de plantas forrajeras permite el crecimiento de la ganadería. La expansión de las superficies agrícolas regadas se ha producido en las cuencas de los grandes ríos y en virtud de trasvases de una cuenca a otra. Las tierras de regadío representan el 16 por 100 de la superficie agraria total.
Pero esta agricultura es muy dependiente del uso de pesticidas y de abonos químicos por lo que es una actividad cada vez más contaminante y su impacto ambiental sobre los sistemas hidrológicos y, por tanto, sobre los ríos es cada vez mayor. El regadío se sustenta además en la explotación de aguas subterráneas mediante la perforación de pozos que altera los caudales de los cursos fluviales y deseca lagunas y humedales.
Los ríos reciben además gran cantidad de vertidos industriales sin depurar que en grandes cantidades impiden que se produzca la purificación natural del agua. La contaminación urbana deriva en la existencia en el agua de virus y bacterias y de nitratos y fosfatos contenidos en los detergentes. La contaminación rural tiene también su origen en la limpieza de granjas, establos y cuadras.
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